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El Poder del Perdón: Un Camino para Sanarnos a Nosotros Mismos y a los Demás



Yom Kipur trata sobre el perdón: un momento para reflexionar sobre nuestros errores y buscar reparar tanto nuestras relaciones con los demás como con nosotros mismos. El perdón tiene dos caras distintas: pedir perdón cuando hemos hecho daño y el acto de perdonar a quienes nos han herido.


¿Cuál crees que es más fácil? ¿Cuál es más fácil para ti?


Para mí, ambas han sido increíblemente desafiantes.


Comencemos con el acto de pedir perdón. Requiere vulnerabilidad, humildad y el coraje para confrontar nuestros propios defectos y errores. Cuando era más joven, esto era particularmente difícil para mí, y había varias razones:


1. Ego y Orgullo:Admitir que me equivoqué o que herí a alguien sentía como un ataque a mi autoimagen. Estaba tan identificada con mi ego que pedir perdón era como exponer una debilidad. Aún no había aprendido a separarme de mi ego y reconocer que mi verdadera esencia—mi alma—es amorosa y bondadosa. Mi ego me hacía sentir vulnerable y amenazada al pedir perdón.


2. Culpa y Vergüenza:Hay una línea delgada entre la culpa y la vergüenza. A veces, la culpa me motivaba a pedir perdón, pero la vergüenza hacía lo contrario. Me hacía sentir indigna de ser perdonada. Estaba demasiado avergonzada para mencionar mis errores. Sin embargo, como aprendí después, estas emociones provienen del ego. El alma, en su esencia pura, no se involucra en la culpa ni en la vergüenza.


3. Miedo al Rechazo:Este miedo aún persiste hoy en día. La idea de que alguien cercano a mí no me perdone, que deje de amarme o se canse de mí, puede ser paralizante. El miedo al rechazo a menudo se siente como una segunda ola de dolor, amplificando el daño original.


4. Negación o Justificación:Uno de los desafíos más grandes que he tenido que superar ha sido la tendencia a racionalizar mis acciones para evitar enfrentar el hecho de que he lastimado a alguien. Si estoy en negación o convencida de que mis acciones estaban justificadas, pedir perdón puede parecer innecesario, como si estuviera defendiendo una parte de mí que no estoy lista para cuestionar.


Todos estos obstáculos están enraizados en el ego. Cuando nos conectamos con nuestra esencia espiritual—nuestra alma—ninguna de estas razones tiene poder. Nuestra alma sabe que somos seres de amor, compasión y comprensión. Estamos aquí para cometer errores, para evolucionar, para trascender. Admitir nuestros errores y disculparnos es parte de nuestro viaje, sabiendo que seguimos estando seguros, amados y sostenidos. La vulnerabilidad y la humildad son nuestra verdadera esencia, no signos de debilidad.


Ahora hablemos del otro lado de la moneda: perdonar a los demás. Para algunos, esto puede ser aún más difícil. Definitivamente lo fue para mí, y a veces todavía lo es.


Lo primero que debemos entender sobre el perdón es que no lo hacemos por ellos, lo hacemos por nosotros. Durante años, creí que el perdón debía ganarse. Pensaba que solo si alguien mostraba arrepentimiento o cambiaba su actitud, yo podría perdonarlo. Esto hacía increíblemente difícil perdonar a ciertas personas cercanas a mí.


Luego aprendí algo poderoso de mi querida amiga, la Dra. Edith Eger, sobreviviente del Holocausto y autora de La Decisión. Me enseñó que perdonar a los demás no tiene que ver con justificar sus acciones; tiene que ver con soltar la parte de nosotros que está tan apegada a juzgarlos.


No es mi lugar juzgar. No se trata de aceptar lo que hicieron. Se trata de entender que mantener el juicio solo me lastima a mí. Como dice el dicho: aferrarse al enojo es como beber veneno esperando que la otra persona muera.


La Dra. Eger me explicó que había perdonado a los nazis y que su manera de "vengarse" era viviendo una vida larga y feliz. Eso cambió todo para mí. Si alguien como ella, que sufrió tanto, pudo perdonar, yo también puedo hacerlo.

Quizás el perdón más difícil de todos es el que nos debemos a nosotros mismos. Por todos los errores que cometemos, por no vivir a la altura de nuestras expectativas, por no ser la versión ideal de nosotros mismos que tenemos en mente. Nadie es un juez más estricto que nosotros mismos. Lo que me ayuda en este proceso es visualizar a mí yo más joven como quien cometió esos errores. Cuando la veo, es más fácil canalizar compasión en lugar de juicio y reconocer que ella estaba haciendo lo mejor que podía con el conocimiento y la conciencia que tenía en ese momento.

Después del perdón viene el trabajo de toda la vida de aprender a vivir con nuestras cicatrices, con el dolor del pasado sin ser consumidos por él. Perdonar no significa olvidar. Significa aceptar lo que pasó y encontrar la lección en ello.


Para mí, esto implica dejar ir la necesidad de juzgar y, en cambio, buscar la oportunidad de aprendizaje en cada experiencia difícil. Este cambio de perspectiva es lo que me ayuda a fluir a través de los desafíos de la vida, más cerca de mi propio sentido de iluminación.


Por supuesto, perdonar no significa que debamos mantener relaciones con quienes nos han lastimado. Especialmente cuando se trata de personas cercanas, es nuestra responsabilidad establecer límites que nos protejan de más daño. El perdón se trata de soltar, no de invitar más dolor.

Una de las mayores realizaciones que he tenido es que muchas de las cosas que siento que debo perdonar—ya sea a otros o a mí misma—tienen su raíz en las expectativas. Creo expectativas sobre cómo las personas deberían comportarse, lo que deberían decir, pensar o sentir. Cuando suelto esas expectativas, me libero de las emociones negativas que vienen con la decepción.

Entonces, al entrar en este tiempo sagrado, te invito a reflexionar. ¿A quién necesitas perdonar? ¿Qué disculpas necesitas ofrecer, incluso a ti mismo? Aprovechemos esta oportunidad para liberarnos de esa carga y darnos la libertad de vivir, amar y reír plenamente.

 

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