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El sorprendente secreto que transformó la relación con mis padres.

Descubrí cómo liberar la carga del pasado, soltar juicios y conectar con ellos desde la gratitud.

¿Recuerdas la primera vez que escuchaste ese antiguo refrán sobre cómo los padres siempre terminan jodiendo la vida de sus hijos? ¡No importa cuánto se esfuercen, estudien o cuando den de si mismos, al final siempre parecen cometer algún error colosal! En mi niñez, por supuesto, no entendía eso del todo, pero lo que sí sabía era que la tristeza que a veces me envolvía tenía algo que ver con mis padres.


Marisa Peer, una voz sabia en la materia, desglosa nuestras necesidades primarias en tres: 1. sentirnos amados; 2. sentirnos protegidos; y 3. sentirnos importantes, saber que le importamos a alguien. Sin embargo, en mi infancia, esas necesidades básicas no siempre fueron completamente satisfechas. Y si me sumerjo en la historia de mis padres, mis abuelos e incluso las vidas de mis bisabuelos, puedo concluir que en sus vidas esas mismas necesidades tampoco siempre se cumplieron.


Y es que sería absurdo esperar y mucho menos exigir que alguien actúe de manera que nunca experimentó o que dé algo que jamás recibió, es como esperar que un perro ladre como un gato. Es un ciclo interminable de deficiencias y anhelos no satisfechos, todo producto de la ignorancia, la falta de herramientas y una pizca generosa de dolor.


Incluso llegué a la adultez, después de adquirir conocimiento y dedicar años a mi crecimiento personal, seguía señalando a mis padres con el dedo en más de una ocasión. "No me dieron eso", "no me enseñaron esto" o "no fueron padres como los de otros".


Hasta hace muy poco, en mi interior, sostenía firmemente la creencia de que ellos todavía tenían ciertas responsabilidades hacia mí. Entendí que habían hecho lo mejor que pudieron con lo que tenían y desde donde venían, pero admito que no estaba completamente convencida. No podía dejar de lado la carga del enojo y el resentimiento que había acumulado.


El día que me convertí en madre, e incluso antes de serlo, me juraba que haría las cosas de manera diferente, que las haría mucho mejor. Hoy, tras mis casi 3 años de "práctica", puedo decir que, sí, hay cosas que consideraría "mejor" en mi enfoque y esto me hizo reflexionar sobre cómo mi abuela lo hizo mejor que mi bisabuela, y mi madre mejor que mi abuela. Cada generación trae avances, apertura, evolución social y más oportunidades; esun proceso de cuestionar viejas creencias, liberarnos de ellas y llenar nuestra mochila con herramientas más modernas y poderosas.


Pero, ¿qué creen? A pesar de todos mis años de autoexploración, montañas de libros leídos y cursos tomados, confieso que sigo metiendo la pata. Y estoy segura que seguiré haciéndolo hasta que llegue mi último aliento. Porque los hijos son nuestros mejores maestros. Y no podríamos aprender si hiciéramos todo bien. Ellos nos empujan a mejorar, nos motivan a cambiar. Y obviamente eso implica cometer errores, porque, no se aprende ni se evoluciona desde la perfección.


Justo cuando pensaba que las reacciones persistentes ante mis padres me tenían atrapada, decidí tomar cartas en el asunto. Fue durante una de mis valiosas sesiones de terapia de constelaciones familiares y al adentrarme en las páginas del libro "Secretos de Familia" de Ingala Robl, que finalmente tuve un revelador momento de claridad. Me liberé de esa carga que me había estado persiguiendo y experimenté un cambio radical en mi perspectiva.


Fue como si hubiera descifrado un acertijo que se ocultaba en mi corazón desde la infancia. Me di cuenta de algo tan esencial como profundo: una vez que llegamos a la edad adulta, nuestros padres no nos deben absolutamente nada. Ya nos han otorgado un regalo de un valor incalculable: ¡la propia vida!


Cuando éramos niños, nos proporcionaron cuidado, amor y protección. No obstante, al alcanzar la adultez, esa dinámica cambia. Y todo lo que nos den debemos recibirlo como una grata sorpresa, como cuando te encuentras dinero en la bolsa de una chamarra. No lo esperabas y ahora ya lo tienes, que rico se siente ¿no? Y el enfoque de la relación entonces debe basarse únicamente en la profunda gratitud por habernos dado la vida. Y por haber sido los padres que nos trajeron a este mundo, siempre serán los padres correctos y perfectos para nosotros, sin importar los errores que hayan cometido. Esta comprensión se arraigó en mí y, al poder sentir esa genuina gratitud, me liberé de la carga que llevaba a cuestas. De repente, pude relacionarme con ellos sin prejuicios y todo cambió.


Este enfoque de constelaciones familiares me ha abierto los ojos a la magia de la gratitud y el reconocimiento hacia mis padres. Ahora, en vez de culparlos por los desafíos en mi vida, los contemplo con gratitud por el regalo más preciado: mi existencia. Aprecio cada esfuerzo, cada sacrificio, cada pequeño gesto que tejieron en la trama de mi vida. Y acepto con amor, gratitud y sorpresa cualquier cosa adicional que me den o hagan por mí.


Este giro en mi perspectiva no solo trajo una paz interna inesperada, sino que también redefinió mi relación con ellos. Aprendí a honrar su esencia, a aceptarlos tal como son, y agradecerles por el viaje que emprendimos juntos. Ahora veo que no es una cuestión de merecer o deber, sino de aceptar la vida tal como es, agradeciendo por lo que somos.


Desde este rincón renovado de comprensión, estoy tejiendo una nueva historia, una que une los hilos de mi vida con los de la suya, y que libera los lazos de culpa y obligación. Los veo como seres humanos imperfectos pero preciosos, y yo también ocupo mi lugar, en armonía y amor.


Espero que con este cambio de paradigma se abra el paso para un camino hacia una relación fluida y auténtica, donde el amor y la aceptación fluyen como un río interminable. Y ahora, con este nuevo filtro en mi corazón, inicio una nueva etapa en nuestra relación, libre de expectativas y deudas pendientes. El amor, la gratitud y la aceptación son los pilares que sostienen esta unión, donde cada uno puede ser auténtico, sin la sombra del deber o la presión.


Así que, a mis padres, les agradezco por el regalo más grande y preciado. Por darme la vida, con todas sus complejidades y misterios, les digo: ¡gracias, mamá y papá, por este asombroso viaje!


Hasta la próxima historia, queridos lectores. 🤙🏻


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