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Etiquetas: moldean nuestra vida y nos desvían del camino correcto



Desde muy pequeños, todos aprendemos a etiquetar. Lo hacemos para sentirnos seguros, para tener una sensación de control. Si etiqueto algo como "peligroso", evito acercarme a ello. Esa etiqueta me brinda una sensación de seguridad y me guía en la toma de decisiones. Prefiero transitar por Reforma en lugar de Constituyentes porque percibo a Reforma como un lugar más "agradable" y "seguro".


Cuando me dijeron que un niño era "raro", "introvertido" y "callado", decidí mantenerme alejada. ¿Para qué acercarme a él? Seguro es alguien "cerrado".


Cuando empecé a trabajar, supe de inmediato que mi jefa era "amargada", "soltera" y que si cruzaba unas palabras conmigo, estaba en problemas. Así que aprendí a temerle, a mantenerme en silencio para evitar ser "llamada" por ella.


De esta manera, pasamos toda nuestra vida aprendiendo etiquetas de otros, adoptándolas como nuestras sin cuestionarlas y creando nuevas etiquetas a medida que conocemos a nuevas personas y lugares.


Ahora, al mirar hacia atrás y entender el propósito de las etiquetas y por qué creemos que nos benefician, puedo ver las etiquetas que me colocaron, las que creí, las que cumplí y las que me impuse a mí misma. Puedo ver claramente la influencia que tuvieron en mi vida y el impacto que tuvieron en mi realidad y experiencias. En aquel momento, no comprendía que mi mente y yo éramos poderosas, y desconocía que era yo quien creaba mi infelicidad.


La primera etiqueta que recuerdo que me pusieron fue la de "berrinchuda". Mi tita (abuelita paterna), QEPZ, solía decírmelo con frecuencia. Me lo creí, lo llevé grabado en el alma y, como resultado, me convertí en una niña muy propensa a los berrinches. Incluso puedo ver cómo de adulto continué con esos berrinches, tanto en mis relaciones de pareja como con mi hija y mis compañeros de trabajo. Aunque de vez en cuando todavía me ocurre, ahora puedo reconocerlo y detenerlo.


Luego me dijeron que era una "peleonera", que "debía discutir todo", que sería una excelente abogada. ¿Y saben qué? Me convertí en abogada. Y hasta hace poco seguía discutiendo con cualquiera que se me pusiera en frente: mi mamá, mi novio, la cajera del banco, la profesora de natación de mi hija, etc.


Una de las etiquetas que más me marcó fue la de "rebelde". En mi hogar, ya había asignado roles para todos los demás: el “perfecto”, la “bueno”, el “enfermo”, la “loca”; todos estaban ocupados. Y a mí me tocó ser la rebelde. Esta etapa se desató durante la adolescencia y en mis tempranos veinte. Muchas de las decisiones que tomé bajo esta etiqueta venían siempre acompañadas de vergüenza y culpa.


Luego están las etiquetas que me impuse a mí misma, como la de ser "fuerte", "responsable" e "independiente".


Ante el mundo, me presentaba como una niña, una joven, y un adulto fuerte y responsable. Comencé a trabajar como abogada a los veinte años, lo cual me generaba un gran orgullo. Ganaba mi propio dinero, me sentía independiente, era decidida y no prestaba mucha atención a las opiniones de los demás. Siempre tenía una justificación válida para estar en lo correcto.


Sin embargo, la etiqueta que más me afectó y que siempre me mantuvo estancada fue la de "víctima". No me di cuenta de que me la había impuesto a mí misma desde pequeña, y creo que muy pocas personas lo sabían. No sabía que podía controlar mi entorno con mis pensamientos ni que podía cambiar mi vida al cambiar mi forma de pensar, mi actitud y mis acciones. Mucho menos sabía que mi alma había elegido cada uno de los desafíos que enfrenté y sigo enfrentando, y que todas aquellas personas que me lastimaron a nivel emocional, a nivel alma, me estaban prestando un servicio para crecer y trascender. Crecí, preguntándome constantemente: "¿Por qué a mí? ¿Por qué mis padres discuten? ¿Por qué mi padre es alcohólico? ¿Por qué mis amigas se pelean conmigo? ¿Por qué mi madre no está? ¿Por qué no me quieren? ¿Por qué no tengo esto o aquello?"


Después de mucho trabajo interno, al darme cuenta de que todo eso que definía mi identidad eran ideas y suposiciones de otras personas basadas en sus propias heridas internas, me di cuenta de que no era yo. Comencé a pelar capa tras capa hasta llegar a mi centro, un centro desconocido para mí. Descubrí potencial y amor. Ahí entendí que soy extremadamente poderosa, que todo está a mi alcance y que solo yo soy responsable de mi vida y mis resultados.


Hoy, continúo sanando y descubriendo, eliminando más capas y, al mismo tiempo, creando lo que deseo: lo que se siente bien, lo que fluye, lo que está alineado con mi propósito y valores, lo que vibra en amor, lo que me eleva.


Y desde ahí, con compasión absoluta, te invito a cuestionarte, ¿cuánto de ti eres tu realmente y cuánto son etiquetas que otros te pusieron? Y ¿cómo imaginas que pudiera ser tu vida si te quitas esas etiquetas?


Desde mi camino, te saludo hasta el tuyo. 🫡



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