La doble moral de las adicciones
- lindadanon
- hace 5 días
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Celebramos unas, condenamos otras… pero todas hieren, todas esconden dolor, y todas necesitan ser habladas.

¿Qué pasa cuando una sociedad entera está adicta y nadie lo nota?
Cuando entré a la universidad y empecé mi vida adulta, tuve acceso a muchas cosas que antes no: libertad, independencia, responsabilidades... y también a comportamientos adictivos. Empecé a fumar y a beber, y aunque en ese momento no lo veía así, ahora entiendo que lo hacía porque sentir era difícil.
Nadie me enseñó a sentir. A procesar el dolor. A sostener la incomodidad. Y la verdad, había muchas cosas de mí que no me gustaban. Así que aprendí a fingir que todo estaba bien. A esconder mi tristeza. A cubrir mi dolor con una sonrisa fuerte.
Con el tiempo, me di cuenta de que había caído en muchas formas de escape. Ninguna extrema, ninguna fuera de control, pero todas con el mismo objetivo: no sentir.
Hoy ya no fumo ni tomo, pero sigo notando esa tendencia en formas más sutiles y normalizadas: el celular, el azúcar, la sobreestimulación. Y me he dado cuenta de que no soy la única.
Vivimos rodeados de adicciones disfrazadas de hábitos, de éxito, de autocuidado. Algunas se juzgan duramente, otras se premian. Algunas nos disgustan. Otras las celebramos con una copa en la mano.
Pero todas duelen. Todas desconectan. Todas entierran lo que hay debajo.
Las pastillas que nadie cuestiona
Si viste la última temporada de White Lotus, probablemente te cayó bien la señora Ratliff. Y si pusiste atención, viste que se tomaba el lorazepam como si fueran mentitas. Cero culpa. Cero preocupación. Incluso bromea: “Me ayuda a dormir... o a sobrevivir”.
Lo que suena gracioso en la ficción es la realidad de millones.
El lorazepam es una pastilla que se usa para calmar la ansiedad, ayudarte a dormir, relajar el cuerpo y, en algunos casos, controlar convulsiones. Te lo puede recetar un médico, y sí, es legal. Pero también puede hacer que tu cuerpo y tu mente se vuelvan tan dependientes que dejarlo provoque síntomas físicos y emocionales muy duros.
Y como el lorazepam, hay muchísimos otros medicamentos involucrados en una epidemia silenciosa de adicción con receta: clonazepam, alprazolam, diazepam, zolpidem, entre otros.
Incluso cuando se recetan, no siempre se usan para sanar. Muchas veces se usan para adormecer, para evitar, para sobrevivir. Como lo hice yo. Como lo hizo mi papá. Como lo siguen haciendo millones.
Cada quien con su propio "cóctel" de elección.
El alcohol: la adicción más celebrada del mundo
Es legal, socialmente aceptado, parte de cada ritual, cada celebración, cada desamor.
Tomamos para celebrar, para llorar, para brindar, para recordar, para olvidar, para coquetear, para dormir. Y si no tomas... la gente se pregunta qué te pasa. Te miran raro. Te insultan—porque sí, llamarte "aguafiestas" es un insulto. Pero más allá de eso, tu "no" desafía su "sí". Y nadie quiere eso—menos en una fiesta. Así que te presionan para que participes.
El alcohol está tan normalizado que no vemos el daño hasta que es demasiado tarde.
Aplaudimos a los que "lo aguantan". Ignoramos a los que "se pasan". Avergonzamos a los que "tocan fondo".
Y cuando alguien intenta dejarlo, no solo lucha contra la sustancia. Lucha contra una sociedad que lo empuja a seguir tomando. Que lo premia por hacerlo. Que lo excluye si se detiene.
Drogas duras y marihuana
Luego están las drogas "fuertes". Las que nadie quiere mencionar. Las que bajan voces, levantan cejas, terminan conversaciones.
Pero a veces, esas son el último recurso de alguien que ya no quería sentir más.
Y al otro lado está la marihuana. Totalmente normalizada para algunos, completamente rechazada por otros.
Irónicamente, muchos de los que juzgan al que fuma marihuana son los mismos que aplauden al que se emborracha cada fin de semana.
La comida: la adicción silenciosa
¿Sabías que el 40% de las personas recurre a la comida para manejar sus emociones? Y que más de 70 millones sufren trastornos alimenticios? Y aun así, nadie habla de ello.
Porque es fácil de esconder.
No te das un atracón frente a otros. Esperas a que todos duerman. Y si luego vomitas o pasas siete horas en el gimnasio, nadie lo sabrá. Y si te ven en el gimnasio... seguramente te feliciten.
A menos que salgas en Kilos Mortales. Ahí sí se ve. Y nos da asco.
Porque cuando se vuelve visible, juzgamos. Avergonzamos. Lo usamos como ejemplo.
Y tampoco hablamos de la adicción a no comer: la obsesión por la delgadez, el miedo a la comida, el castigo al hambre.
Los trastornos alimenticios también esconden adicción: al control, al escape, al único aspecto de nuestras vidas que sentimos que podemos controlar.
El trabajo: la adicción que se celebra
La única adicción que premiamos.
Te da títulos, aumentos, elogios. Pero en casa? Genera ausencia, silencio, distancia.
Trabajar sin parar no siempre es ambición. A veces es evasión. Y mientras el mundo aplaude, las familias se sienten abandonadas.
Compras, apuestas y tabaco: las adicciones "divertidas"
¿Cuántas veces decimos "me lo merezco" mientras compramos algo que no necesitamos?
¿Cuántas veces el subidón de apostar importa más que ganar?
Estas adicciones se esconden a plena vista. Parecen glamurosas. Incluso empoderadoras.
Pero las tarjetas maximizadas y las noches en vela también cargan dolor: ansiedad, culpa, soledad.
Y no olvidemos el tabaco. Millones siguen fumando para calmar nervios, evitar conflictos, encajar. Incluso con la advertencia en la caja.
El cigarro es otra forma de anestesia. Igual que su versión moderna: el vapeador.
Los vapes huelen a dulce. Parecen inofensivos. Están en todas partes—autos, restaurantes, hasta lugares sagrados. Y apenas los notamos.
Pero no son inofensivos. Solo son demasiado nuevos para ver todo el daño.
He visto gente fumar dos vapes a la vez. Porque sí, son adictivos. Sí, son un escape. Y sí, ya están dañando cuerpos y mentes jóvenes.
Celulares y redes sociales: la adicción más moderna y compartida
La más nueva. La más normalizada. Y probablemente, la más extendida.
Nadie se salva—desde bebés hasta adultos (quizá los abuelos).
No es solo Instagram o TikTok. Es mirar el celular cada 3 minutos. Es hacer scroll sin pensar. Es evitar el momento presente.
Dicen los estudios que revisamos el teléfono entre 80 y 150 veces al día. ¿Para qué? Para escapar del aburrimiento. De las emociones. De la realidad.
El celular es la distracción perfecta. Limpio. Aceptado. No huele. No embriaga. No te arresta. Pero te desconecta—de la vida, de los demás, de ti.
Y no, todavía no me he liberado de él. Pero dejé el cigarro. Dejé el alcohol. Y cada día que uso menos el teléfono... me siento más viva.
Al menos ahora sé cuando lo agarro solo para no estar aquí. Y eso, ya es un logro.
¿Qué tienen en común todas las adicciones?
Todas son soluciones pobres al mismo problema profundo: dolor y trauma. Miedo a sentir las propias emociones, a confrontar la realidad, a estar con uno mismo.
Las usamos para silenciar la incomodidad. Para evitar el aburrimiento. Para esquivar el dolor. Para distraernos de la verdad.
Pero al evitar lo difícil, también entumecemos la alegría.
Y mientras más corremos, más nos alejamos de quienes somos.
¿Qué significa realmente estar sobrio?
Si esto te resonó... no es coincidencia.
Muchos hemos vivido así. Adormecidos. Ocupados. Escapando.
Esto es lo que he aprendido:
La sobriedad no es solo para los adictos, ni es solo dejar algo. Es una decisión de no caer en ningún comportamiento adictivo. Es elegir quedarse. Sentir. Estar.
No soy una "adicta en recuperación", pero sí elijo estar sobria. No porque toqué fondo, sino porque quiero estar presente.
Ese tipo de sobriedad—la que no necesita etiquetas ni elogios—es el mejor regalo que me he dado.
No es fácil. Estar sobria es estar despierta. Sentir el aburrimiento sin huir. Sostener la incomodidad sin taparla. Dejar que el silencio exista sin correr a llenarlo.
Pero también significa esto:
Reír más fuerte. Amar más profundo. Bailar con más ganas. Notar la luz entre los árboles. Llorar de gratitud por un momento perfecto... en medio de lo ordinario.
La sobriedad no es abstinencia. Es conexión. Es presencia. Es vida, sin filtros.
Y desde que probé eso... ya no quiero escapar. Quiero quedarme. Y vivirlo todo.
No escribo esto para juzgar a nadie. Lo escribo porque todos estamos en esto.
Mientras sigamos normalizando y celebrando algunas adicciones, vamos a seguir atrapados en el mismo ciclo: evitar, adormecer, silenciar el dolor.
Tal vez la respuesta no sea eliminar todo. Tal vez sea empezar a ver. A elegir. A quedarse. A sentir.
Porque ahí... empieza la verdadera libertad.
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